XV

El sueño y el vuelo más allá de todo límite son viejas aspiraciones del hombre, aunque, por supuesto, incompatibles por razones físicas. Un simple vencejo, volador consumado e infatigable, da cuenta cumplida de ellas, es capaz de dormir y volar al mismo tiempo, entre aleteos frenéticos y largos planeos, inmóvil, a contraviento; además, por si no fuera bastante, añade el aliciente del sexo, la copulación durante el vuelo. Abajo, en tierra firme, nunca se ha oído hablar de nada semejante; mirada de recelo a las alturas, ceño fruncido.

XIV

El espantapájaros es a la vez la imagen que el hombre ofrece a la naturaleza, tótem reverencial y señal de advertencia, y la que los animales tienen del ser humano. Un animal más muerto que vivo, erguido sobre sus patas traseras, de movimientos lentos, poco armoniosos, pelo ralo, sin plumaje ni rasgos distintivos, con aspecto anódino, olor neutro, que no teme mostrarse en campo abierto, incluso hace ostentación de esta prerrogativa, mata a distancia y no se ensucia las manos, excepto cuando trabaja.

XIII

Hugo de pelo negro es un hombre y le gustan los hombres; Jaime no, es un gato, y no tiene preferencias por hombres o mujeres mientras reciba la atención que se merece. Duermen juntos, Jaime al lado, con la cabeza hacia los pies de la cama, siempre igual. Pero esta noche es diferente. Jaime está frente a él, erguido, apoyado en las patas traseras, y empieza a hablar: "Pues yo estoy contento, qué quieres que te diga, no está tan mal ser un animal doméstico. Lo que pasa es que se tiene una visión muy negativa de la domesticación. Yo lo veo más bien como una simbiosis, un intercambio provechoso entre los humanos y los animales. Tengo comida, alguien que me cuida; no he de preocuparme por huir de los depredadores ni conseguir presas. Encima tengo un sitio dónde vivir y me limpian la arena cuando hace falta. A cambio me dejo tocar, no mucho, depende de mi estado de ánimo, escucho largas conversaciones, doy consejos que nadie escucha, ronroneo de placer, aunque esto no sé a quién satisface más. Y sí, algún día moriré, como mi hermano Kurfu en un charco de sangre, pero moriré como los humanos, tendido en la cama, en el hospital, y no como los animales, tirados en cualquier parte; en caso necesario, doy mi autorización para que una inyección dé punto final a mi vida". Con cara de asombro, Hugo se despierta, no sabe si todavía está soñando o es que el gato sueña con él. No importa; a partir de ahora todo irá bien, está seguro. Da buena suerte que los animales hablen en sueños, fábula del inconsciente. Se deja caer en el colchón, confiado, y apoya la cabeza en una almohada más suave que nunca, mientras unas orejas puntiagudas, un poco ladeadas porque han notado movimiento en la cama, también escuchan.

XII

La niebla era tan espesa que casi amortiguó el sonido; un lento batir de alas, seguido de una voz metálica y desapacible, anuncia la llegada de una pareja de cuervos. Aunque cautelosos, descienden al valle desde las altas montañas y se posan cerca de las zonas habitadas. No es un signo de mal augurio, es la buena nueva, la bienaventuranza, a la altura de la paloma con la rama de olivo en el pico, de que no todo está perdido. Un movimiento en falso desencadena la alarma, un crack-crack-crack, rápido y duro; la pareja de por vida, negro brillante, remonta el vuelo y vuelven a penetrar en la niebla, más allá de los límites del hombre, donde reina lo inimaginable. El observador que necesita mirar a las estrellas para imaginar otras formas de vida, manifiesta un cansancio, una falta de aprecio, un desapego, que no valora en su justa medida el mundo que habita; no hace falta más que mirar alrededor para ver tierras incógnitas por todas partes, territorios inexplorados, maravillas hasta colmar la vista, incluso en los lugares más degradados, bajo la amenaza de una destrucción definitiva, en las calles más grises y lóbregas, regalo para ojos febriles, cegados por la infinitud. Cualquier ser vivo es más desconocido que la galaxia más lejana; las criaturas terrenales son extraterrestres por derecho propio.

XI

El paraíso para los gatos es la noche y un árbol iluminado por la luna llena; esta sola percepción, asequible al más común de los mortales, basta para echar por tierra, refutar de una vez por todas, cualquier especulación religiosa sobre la realidad de los paraísos y vergeles con que la especie humana se regala la vista, llenos de luz, manantiales y árboles frutales, expurgados de oscuridad, sombra y tinieblas. La noche no tiene por qué ser el mal a combatir, el origen de los miedos atávicos y más recónditos del alma. El mundo animal supone la imposibilidad de una visión unificada del mundo.

X

Hay una mezcla de sorpresa y temor, de paz y guerra perpetuas, armonía y discordancia sin fin, cuando se advierte que el animal que uno tiene al lado también respira, al oír su respiración, cómo inspira y expira una columna sonora, casi pesada, de aire caliente. El ejercicio espiritual obligado es acompasar el ritmo de la respiración hasta formar un solo soplo, ascendente y descendente,  mientras se sueña con un único, aunque multiforme, hálito vital, de los pasajeros quiescentes del planeta Tierra.

IX

Ante la mera idea del abandono no podía decir palabra, a punto de llorar, garabateó como pudo unas frases en una servilleta de papel: "Cuando estaba acariciando a la gatita me ha parecido ver dos lágrimas de cristal en sus ojos. No puedo decirlo". En aquel momento, supo con certeza que ella ya no abandonaría a la cría de gato de tonos marrones, demacrada, sucia, que sostenía en los brazos; el apego era mutuo, porque el diminuto animal, muy delgado, se aferraba como si aquella presencia humana, hasta entonces, desconocida, fuera la única esperanza de salvación, la cálida intimidad de sus sueños.

VIII

A pesar de las supuestas excelencias y las jactancias sin límite del hombre respecto a los otros seres vivos, los animales creen que la vida humana está sobrevalorada y que no hay para tanto. Tanto en lo que se refiere a la mortandad, millones de especies animales aniquiladas sin a que nadie parezca importarle, como a las habilidades y potencias, el juicio emitido no se rige por un criterio de proporcionalidad. El Ampelis europeo, un ave del tamaño del estornino y de formas compactas, come en invierno bayas semifermentadas; este placer prohibido, saboreado con calma en lo alto de las ramas, puede emborracharle e impedirle volar de forma temporal. Al parecer, tiene un hígado muy eficiente, en todo caso mejor que el humano, para metabolizar el alcohol, ya que se recupera con rapidez, sin presentar los síntomas de pesadez, aturdimiento y aspecto lamentable tan característicos después de la ingesta de bebidas alcohólicas. Como en todas las cosas, la virtud es el exponente de una potencia específica, un saber vivir inalienable; el beber no es una excepción.