IX

Ante la mera idea del abandono no podía decir palabra, a punto de llorar, garabateó como pudo unas frases en una servilleta de papel: "Cuando estaba acariciando a la gatita me ha parecido ver dos lágrimas de cristal en sus ojos. No puedo decirlo". En aquel momento, supo con certeza que ella ya no abandonaría a la cría de gato de tonos marrones, demacrada, sucia, que sostenía en los brazos; el apego era mutuo, porque el diminuto animal, muy delgado, se aferraba como si aquella presencia humana, hasta entonces, desconocida, fuera la única esperanza de salvación, la cálida intimidad de sus sueños.