XXIV

El calor que emana de todos los seres vivos define la naturaleza de la vida. Incluso un minúsculo ratón o una pequeña musaraña acabados de morir siguen emitiendo un calor perceptible a las manos de quien los acoge, con el fervor de guardar un preciado tesoro, antes de volver a depositarlos en la tierra húmeda. La radiación térmica póstuma es el regalo de despedida a un mundo que hace unos instantes todavía era su hogar. 

XXIII

Las columnas que sostienen el templo de la civilización se hunden en un océano rojo de sangre. Ni mil millones de paraísos podrán compensar nunca la carnicería, la matanza indiscriminada y el dolor que la especie humana ha infligido a sus semejantes y a los otros seres vivos que habitan el planeta. El peso de la vergüenza acabará por aplastar a una especie que, cansada de sí misma, dirige su mirada a la conquista del espacio interior, las profundidades abisales y las zonas de los polos, y el espacio exterior inhabitable. Todas las esperanzas son tan sombrías como las del asesino al acecho de la próxima víctima. 

XXII

El pueblo de los gatos fue primero adorado como un dios y momificado para la eternidad; luego sobrevivió a las persecuciones medievales, cuando su tamaño era mayor e incluso eran emparedados en vida; sobrevivirá a los envenenamientos en grupo y a las buenas intenciones de esterilizar a las poblaciones callejeras, y algún día caminará sobre las ruinas de la civilización humana, auténtico señor de las ciudades de polvo y ceniza. El último hombre, antes de desaparecer, todavía escuchará maullidos por la noche, señal de lejanía y proximidad, promesa de una relación imperecedera.

XXI

A medida que caminaba entre las hierbas, centenares de pulgones de todos los colores, verdes, rojos, marrones, negros, se aferraban a sus piernas y ascendían como por las columnas de un templo andante, nueva especie de árbol en movimiento. Cuando el peso de la capa de insectos, por acumulación, alcanzó un determinado valor límite, el cuerpo se tambaleó durante unos instantes, giró sobre sí mismo y acabó derrumbándose, sepultado bajo una nube multicolor palpitante. El sueño había empezado.

XX

Un camino polvoriento, casi sin vegetación, cerrado por ambos lados por vallas metálicas, una provista de alambradas para impedir el acceso, tiene como únicos habitantes visibles un grupo disperso de gorriones. La mayoría picotea por el suelo aquí y allá, pero alguno, que asume el papel de progenitor, alimenta con suma delicadeza a su cría; concentrado en su misión, deposita mediante su pico pequeñas semillas en el interior de la boca de un ser minúsculo, frágil, que aletea como muestra de satisfacción y reclamo para recibir un nuevo premio. Todos se consideran afortunados. Está siendo un buen día. Los intersticios, los espacios intermedios, son el lugar donde se desarrolla la vida, celebración ajena al mañana, indemne a la dureza de las condiciones.