XXXI

Una pareja de gatos reposan en un lugar de descanso elevado, colocados en diagonal, frente a frente, y alargan sus patas delanteras en el vacío, como si se buscaran en sueños. La imagen recuerda de forma inevitable al fresco de La Creación de la Capilla sixtina. Dios es felino y tiene bigotes. No es probable que nos vigile desde las alturas sobre una nube, en cambio husmea el aire para recabar información en lo alto de una rama.

XXX

En las inmediaciones de un parque, un adolescente da comida a las palomas; ante el regocijo general de sus compañeros, cuando se acercan para comer, les propina una patada. Los pájaros se alejan. Vuelve a darles comida y repite de nuevo la operación. Se acercan y las patea. Así varias veces. La escena es motivo de risas cómplices. Es posible que crean que demuestra la superioridad del hombre y la estupidez congénita de la paloma, pero quizá las aves les están sometiendo a una prueba, tienden una trampa, quieren ver hasta dónde son capaces de llegar, cuántas veces repetirán como autómatas la misma secuencia de actos y extraerán placer de ello. Las palomas vuelan.

XXIX

Sopla una ligera brisa que apenas disminuye la sensación de calor. Todo está en calma. El canto de alarma de las urracas ante la presencia de gatos llega demasiado tarde. Aunque los pájaros huyen en todas direcciones de forma ruidosa, el salto ya se ha iniciado. Las plumas vuelan en el aire y un cuerpo de una agilidad prodigiosa se retuerce en el aire para atrapar con sus garras un pequeño pájaro. Caen la presa y el depredador entre las ramas, las hojas desprendidas acompañan la caída; unos dientes afilados se clavan en la nuca del ave en el momento del impacto contra el suelo. La tragedia de la escena desaparece tan rápido como apareció y sólo se observa el paso alegre del felino que trae la presa entre sus dientes. Los pájaros vuelven a cantar como si no hubiera pasado nada.