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El microcosmos de los microorganismos tiene uno de sus paraísos en el ácido láctico; el líquido de un yogur natural o el líquido sobrenadante de la leche agriada acogen poblaciones innumerables, sujetas a continuos cambios. Las bacterias en forma de bastón o esféricas nadan entre diminutas porciones de proteínas lácteas floculadas, mientras se alimentan de la lactosa, que descomponen en una fermentación incompleta; una pipeta es suficiente para recoger pequeñas muestras de una multiplicidad invisible. Para su observación bajo el microscopio, se utiliza una solución de azul de metileno. Incluso se puede teñir una suspensión de bacterias con la tinta azul de un bolígrafo recargable, que por lo general contiene esta sustancia. El investigador actúa de escriba divino del Libro de la vida y la muerte. Alza la pluma. Las bacterias aparecen entonces en todo su esplendor, inmortalizadas como puntos, rayas azul negruzcas sobre un fondo azul celeste. El cielo de las bacterias.