LVII

Primero oyó el graznido. Ahí estaba de nuevo. Miró hacia arriba hasta localizar la figura negra, contrastada sobre el valle. En silencio, se preparó para una liturgia singular, para un raro placer, como si fuera a paladear un vino exquisito. Era siempre igual. Escuchó, como todas las veces, con total nitidez, desde el suelo, el lento aleteo de las alas del cuervo. El desplazamiento del aire parecía rozar su cara en cada pasada, en cada golpe de ala. Comunicación a distancia de un ser terrestre con otro alado; compartían un mismo aire y una misma tierra. La gracia era común arriba y abajo. El ángel de la anunciación era oscuro. Esperaría su próxima visita.