II

En una pila de residuos en descomposición, las lombrices se sitúan alrededor del núcleo caliente, a temperatura elevada, adoradoras devotas de un dios cálido y protector; a medida que aumenta la distancia respecto a esta zona central, disminuye el número de ejemplares y aumenta la capa descompuesta, desecho fértil, rico en nutrientes, ofrenda para el señor de sus dominios y para la tierra que les da cobijo.

I

Un gato muerto al lado de una valla, sin signos aparentes de violencia, tumbado sobre la tierra húmeda, con las patas delanteras extendidas hacia delante, como si se hubiera deslizado con lentitud, se hubiera dejado ir, hasta la extinción de sus funciones vitales, en una extraña armonía de lo anímico y lo físico. Vida singular e irrepetible, perdida para siempre, sima de profundidad desconocida, que nadie puede cruzar, ni ninguna idea consoladora reparar. Todos los secretos están al otro lado, en otra parte, descentramiento de la búsqueda y el buscador.

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El ANIMAL no existe, sólo existen los animales, un mar de vida heterogéneo, en continua ebullición y transformación, miríadas de ojos, de receptores sensibles que nos rodean por todas partes y esperan su momento. El técnico de una u otra parcela del saber, bajo la admonición de un logos especializado, no se encuentra en mejor situación que Dios respecto a sus criaturas: aunque las observe, manipule o incluso llegue a crearlas, jamás será (la) criatura ni verá el mundo con sus ojos, porque no quiere ni puede reconocer que otras formas de vida, puntos de vista singulares e infinitos, miran y no sólo son miradas. Tiene que conformarse con observaciones "objetivas", fundadas en razones oscuras, de cambios en las neuronas que obligan a practicar una operación quirúrgica para introducir una ventana transparente, a través del cráneo del animal, anestesiado cada vez que se graba una imagen mediante videomicroscopía. La miseria de los dioses, incapaces de ser otra cosa que sí mismos, es proporcional al grado de crueldad aplicado.