XIII

Hugo de pelo negro es un hombre y le gustan los hombres; Jaime no, es un gato, y no tiene preferencias por hombres o mujeres mientras reciba la atención que se merece. Duermen juntos, Jaime al lado, con la cabeza hacia los pies de la cama, siempre igual. Pero esta noche es diferente. Jaime está frente a él, erguido, apoyado en las patas traseras, y empieza a hablar: "Pues yo estoy contento, qué quieres que te diga, no está tan mal ser un animal doméstico. Lo que pasa es que se tiene una visión muy negativa de la domesticación. Yo lo veo más bien como una simbiosis, un intercambio provechoso entre los humanos y los animales. Tengo comida, alguien que me cuida; no he de preocuparme por huir de los depredadores ni conseguir presas. Encima tengo un sitio dónde vivir y me limpian la arena cuando hace falta. A cambio me dejo tocar, no mucho, depende de mi estado de ánimo, escucho largas conversaciones, doy consejos que nadie escucha, ronroneo de placer, aunque esto no sé a quién satisface más. Y sí, algún día moriré, como mi hermano Kurfu en un charco de sangre, pero moriré como los humanos, tendido en la cama, en el hospital, y no como los animales, tirados en cualquier parte; en caso necesario, doy mi autorización para que una inyección dé punto final a mi vida". Con cara de asombro, Hugo se despierta, no sabe si todavía está soñando o es que el gato sueña con él. No importa; a partir de ahora todo irá bien, está seguro. Da buena suerte que los animales hablen en sueños, fábula del inconsciente. Se deja caer en el colchón, confiado, y apoya la cabeza en una almohada más suave que nunca, mientras unas orejas puntiagudas, un poco ladeadas porque han notado movimiento en la cama, también escuchan.