Un camino polvoriento, casi sin vegetación, cerrado por ambos lados por vallas metálicas, una provista de alambradas para impedir el acceso, tiene como únicos habitantes visibles un grupo disperso de gorriones. La mayoría picotea por el suelo aquí y allá, pero alguno, que asume el papel de progenitor, alimenta con suma delicadeza a su cría; concentrado en su misión, deposita mediante su pico pequeñas semillas en el interior de la boca de un ser minúsculo, frágil, que aletea como muestra de satisfacción y reclamo para recibir un nuevo premio. Todos se consideran afortunados. Está siendo un buen día. Los intersticios, los espacios intermedios, son el lugar donde se desarrolla la vida, celebración ajena al mañana, indemne a la dureza de las condiciones.
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